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Fábula I: “El juicio del guerrero”

Actualizado: 23 may 2023




Luego de renacer por enésima ocasión, esa valiente tripulación navegaba entre aguas inciertas en busca del mítico Aurín, más de un año había pasado ya, desde aquel día que zarparon y dejaron tierra firme, con la promesa de no volver jamás atrás.


Aquella tarde de entre los cielos; las aves, las nubes y los vientos comenzaron a hablar en señales claras. Capitán oh valiente capitán- comenzó a decir el mago - ESO que se mira en las formas que toman las aguas, en el silbar profuso de los vientos, en las vueltas y revuelos de las aves al volar es, claramente LA señal.



Capitán oh valiente capitán ¿Lo puede ver usted también? Vea por favor con claridad, ese viento que sopla gélido, esa nube peculiar que se acumula allá lejos en en el horizonte de nuestro navegar es, innegablemente, el Aurín tomando forma frente a nuestro barco - sostuvo el sacerdote desde la tersa calma de aquel que conoce a dyos.




El capitán, aquel más anclado a los mares, se estremeció por un instante ante la magnitud de la tormenta. - Son los dos pilares rojos que alumbran la entrada, capitán, deje entrar la tormenta - le susurró el mago al oido - y el capitán, cumpliendo su palabra, contuvo el aire en los pulmones y fijo curso hacia la negrura de la nube, que ya entonces se volvía una densa inmensidad lumbrada por relámpagos.


Bajaron todos de cubierta y el sacerdote, en esa ligereza suya, encendió los candiles, desempolvo sus antiguos rollos y comenzó a formular, científica, elevada y elocuentemente la ecuación vectorial del deseo. Todos lo miraban y se miraban mutuamente mientras él, en los términos de la ciencia superior describía y detallaba aquello en lo que el mago, se reconocía y frotaba las manos al pensar de las grandes hazañas que podría por fin realizar, el Capitán, asentía en sobriedad y miraba en aquello la ruta de su más grande travesía, la que lo haría pasar a la historia, los tres asentían y se miraban en serio acuerdo, pasando uno a uno la pipa y revisando meticulosamente el mensaje que habrían de entregarle al Aurín.


En el papel plasmado estaba ya la descripción vectorial de aquello que seguía revisando el sacerdote cuando se detuvo y dijo - Sin embargo… hay otro más aquí.-


Se miraron todos, y de la esquina, quien había permanecido en silencio mirando a los adultos hablar se levantó; era el guerrero infante que dijo - Sí, aquí estoy yo. -¿Y hay algo que quisieras añadir, joven guerrero? - inquirió suspicaz el sacerdote.


El guerrero entonces respiró, las elevadas formulas del sacerdote le hacían sentido, iban con todo aquello que en las lecciones había aprendido, sin embargo, en su pecho latía una cierta llama que de a poco comenzaba a avivarse ante la posibilidad de que fuera aquel viaje, en el que bien sabía podía dejar su vida, a dirigirse a cualquier lado distinto del que en su pecho latía. -¡Sí!- emanó con coraje, casi entre temblores.


Entonces se respiró un silencio en la cabina, los tres más viejos se alinearon frente al infante y el sacerdote preguntó - ¿De qué se trata? - Ante las adultas miradas, el guerrero supo que tendría una sóla oportunidad de hablar antes de que aquel barco se dirigiera irremediablemente hacía un destino… que sería el suyo. -Eso que describes en tan altos conceptos amado maestro, lo conozco y lo he visto, sé su nombre y sé su forma.-


El sacerdote fumó de la pipa, sonrió y dijo - ¿Ah sí? Muéstrame entonces tú, cuál dices que es el nombre y la forma del reino a dónde vamos.- El guerrero sacó entonces, desde un bolsillo guardado al interior de su infantil camisa, ese nombre y esa forma que había visto aquel día ya lejano, en qué aceptó embarcarse.


-Maestro, maestro amado, yo sé que se trata de esto.- Y pasó entonces al sacerdote aquel papel.


El sacerdote abrió grandes ambos ojos, sagaz y docto, no permitiría fallo alguno - Guerrero, niño amado, esto que me dices, son cosas de lo humano.-


El guerrero, asintió con la cabeza, templado, hallando valor a riachuelos donde pudiera, para decir: -Así es, maestro amado, eso que veo es algo humano.- El sacerdote emitió una risa suave y despejó de la mesa los antiguos rollos - ¿Dices tú entonces que eres capaz de darle forma a lo sagrado? Niño, niño infante, niño humano, es mi deber más alto llevarte a juicio por lo osado que propones; antes de atreverte a dar forma a lo divino, tú el qué menos ha vivido, el que no conoce ni los mares, ni la magia, ni el lenguaje ¿De verdad te atreves? Llegas con este papel raído, ante la mesa de lo más sagrado y ¿Crees, honestamente que es ahí a donde iremos? Debo, en mi más alta obligación, inquirirte niño ¿Y si no eres capaz? ¿Y si no tienes lo suficiente? ¿Y si no hay en ti la sabiduría necesaria? ¿Y si no es lo correcto? Aún así ante esto, debo decirte, niño, niño amado yo te he visto, aún así ¿Crees tú que es ese el destino de este barco? ¿Qué me dirías, niño? Después de tal atrevimiento tuyo de venir y dejar junto a los sagrados escritos, junto a las más elevadas y ancestrales formulas, este papelillo arrugado que llevas cargando en tu pecho desde que zarpamos, cuando sabías aún menos, cuando podías aún menos, cuándo tenías aún menos y desconocías totalmente si deberías de hacerlo. ¿Esto quieres?


El niño sintió entonces la liviandad de su espada, ese era sólo un juguete, el sacerdote, el más sabio, no le dejaría mentir, sobre él comenzaron a llover todos los temores, miró y supo todas sus debilidades y todos sus errores, su garganta entumeció y por un fatídico instante dudó. Sin embargo, de entre su tormenta alumbraron las palabras de su amigo el mago, lo que le había contado, el secreto que le compartió una noche lejana cuando hablaron al lado de una fuente. No podía traicionarse, no de nuevo, cualquier otra vida, no podría ser vida.

Solo ante el peligro de vivir, el niño tomó su espada y miro a los ojos al hombre que podía decirle las cosas a dyos, -¡Sí!- grito en llanto - !Sí es ESO, ese es lugar a dónde vamos, esa es la verdad! Entrégasela al Aurín, por favor, gran maestro.


El sacerdote se levantó entonces de la mesa, en su tremenda altura miró la infantilidad de ese guerrero, cómo no iba a aceptar tan pequeña cuestión, cómo no iba a reblandecer su corazón ante la ternura de lo humano, lo envolvió en sus brazos y le dijo - Valiente guerrero, haz aprendido bien.- De la mano del infante tomó entonces el mensaje, caminó hacia cubierta y en total ligereza, alzó la mano y entrego a los vientos del Aurín, aquel papel raído que el infante había guardado cada noche y cada día, junto a su corazón desde que aceptó dejar su casa y embarcarse hacía lo incierto. -¿De qué se trataría la vida, sino de esas pequeñas cosas? Se dijo a sí mismo el sabio que, también esa noche había aprendido algo.



Epílogo:


Tarde ya y después de los festejos, terminada la cena y adentrados ya bien al centro de aquella tormenta; el infante guerrero dormía exhausto después de su batalla, el sacerdote, luego de arrullarlo y consolarlo, se disponía a encontrar entre el oleaje la memoria y conciliarse con estar en aquel mundo que, por todos sus defectos, como sabía, era perfecto.


Más dentro, en su cabina, el capitán fumaba de la pipa en sobriedad


— Sientes eso ¿Verdad capitán? — Apareció el mago diciendo de entre la noche.


— ¿De qué hablas viejo brujo?


— Del vacío que deja el deseo al salir del barco… viejo amigo.


— Tú me haz dicho que el vacío no existe.


— Y te he dicho bien ¿Qué ves entonces, dónde antes anidaba la carga del deseo? ¿Con qué se está llenando aquel espacio?


— Veo… la responsabilidad.


El mago río y tomo de la mano a su amigo.


— No temas capitán…te he contado mi secreto, sabes que voy contigo en este barco, ya antes hemos viajado juntos… volveremos a triunfar.


Ambos se miraron y recordaron en silencio todas esas otras veces en que el camino había sido incierto, recordaron su pacto y aceptaron su destino.




Tagor D' Ju





 
 
 

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