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*Escribir entrada blog: Gratitud-Generosidad-Buen Juicio (2)



Y ahora estoy escribiendo acerca de la generosidad ¿Por qué? En este caso ¿Importa decirlo sería un desvío? En este caso… lo tomaré como punto de partida.


¿Por qué hablar/escribir de la generosidad? Así nomás de entrada me recuerda un poco a cuando en la primaria, a cada mes se le asignaba azarosamente un “valor del mes” y a todos los infantes nos llevaban de la mano a hacer dibujos, escribir definiciones, en fin, a por lo menos intentar interiorizar algunos de los conceptos más abstractos que existen en nuestra lengua…hoy todo aquel ejercicio me parece algo generoso.


El humano que interpreto en esta vida, inició sus días en un contexto en donde la generosidad resultaba particularmente bien valorada, aquel que era generoso, era visto con amor y con respeto a pesar de los diversos matices que esto pudiera implicar. Creo que al hablar en particular de este concepto, resultaría fácil reducirlo a cuestiones meramente materiales, sin embargo, en las últimas tres décadas, he descubierto, he visto, he vivido… cosas, que luego de pasarlas por la reflexión me llevaron, estás últimas semanas, a aterrizar y atar algunos cabos.


De niño parecía que ser generoso era darle dinero u objetos a la gente… así de básico, así terrenal, veamos pues, qué parece hoy:



Hoy cuando pienso en generosidad, continúa apareciendo esta idea de “dar”, si me dices de “algo o alguien generoso” aparece la imagen de algo o alguien que viene cargando un regalo en las manos ¿Qué es ese regalo? No es un juguete nuevo, ni dinero para pagar la renta, ese regalo eres tú mismo.


“Dar lo mejor de ti en cada circunstancia”, me dije una eufórica mañana buscando definiciones hacía mis adentros.




Existen veces claro, que lo mejor de uno para dar en ese momento y lugar va a ser una moneda de diez pesos o de cinco…. O de uno pero ¿Y el resto del tiempo? Hay por ahí una chaqueta mental, no sé si particular o heredada del constructo social, de que parar tu cena para darle un diez al que viene pidiendo de mesa en mesa de pronto se convierte en algo generoso sin embargo… pensándolo un segundo, podría parecer incluso que aquel acto pueda ser… de lo menos generoso, digo; ayudar es ayudar y al final sí, dejas ir algo de ti que algún beneficio probablemente le traerá a quien lo recibe y pues que chido… aunque, monedas de diez pesos en este planeta hay millones, tantas que a veces hasta se nos pierden sin darnos cuenta y no resulta grande la tragedia ¿Es eso lo mejor que se puede dar en una situación? ¿Una pausa y un pedazo de metal muy igual o similar al que probablemente hay en la bolsa del comensal de junto? Y ¿Lo mejor para quién? ¿Para ti? ¿Para el que viene pidiendo? ¿Para quién esta sentado contigo a la mesa? ¿Para el de la mesa de junto y sus diez pesos? ¿Para esa abstracta idea de nación o sociedad que luego se visita en la imaginación? Supongo que la respuesta a estas preguntas dependerán precisamente de las particularidades de cada circunstancia.



Después de darle varias vueltas me parece en este momento que la primer persona sobre la faz de la tierra con la que uno puede ser generoso… es consigo mismo, y sólo a partir de ahí se podrá definir que tan generoso o no generoso es andar regalando cosas otras por la calle.


¿Cómo que generoso contigo mismo?





Pues sí… quizá más allá de las inmediata respuestas materialistas que surgen en la cabeza con dicha proposición, me he encontrado a veces con que lo más generoso que puedo hacer para conmigo mismo, es darme tiempo, de hacer eso que siempre he querido hacer o de pausarme un segundo para disfrutar aquello que tanto esfuerzo y tiempo me tomó hacer; darme atención, justo cuando afuera hay mil y un cosas diferentes que parecieran estar demandando ser atendidas de inmediato y con buena cara, darme a mí esa atención de observar qué me está pidiendo mi cuerpo, qué me está proponiendo mi mente, qué me esta susurrando mi ser; regalarme un par de palabras, cuando no haya nadie más para hacerlo o incluso y más crucial quizá, cuando afuera llegue a haber alguien más esperando escuchar de mi una palabra, esa palabra primero me la tendría que haber dado a mí mismo; unos momentos de silencio cuando el ruido haya sido mucho y de todos modos queden por delante mil estruendos que sortear; un pequeño esfuerzo por llevarme a mejorar, qué más generoso que quitarte de la boca eso que te apetece al momento con tal de acercarte un poquito más a eso que, inclusive, en secretos muy de uno, se sabe que es a dónde en verdad se va.


No lo sé, por decir de cuando, como en tantos momentos en la vida, uno lo hizo todo lo mejor que pudo y aún así quedaron, algunas, pocas o muchas cosas por lograr o por hacer mejor… ¿Hay entonces la suficiente generosidad en mí o en ti? Como para voltear un segundo a ver al humano y regalarle un “oye que chido- gracias - mira ven - no te preocupes cada vez que lo intentas sale mejor - ahorita mejor descansa”. Qué tan generoso aquel que se regala entendimiento.


Eso de “dar lo mejor” lo saqué a raíz de una charla que tuve un día con mi abuelo; aquella vez hablábamos de macarrones con queso en los pasillos de un Superama. Me decía él, tan generoso, que agarrara yo los que costaban más, que porque seguro eran mejores, en sus palabras y a su modo, me dio a entender que siempre era mejor escoger lo mejor; luego ya yo entendería que lo mejor no tiene que ver con precios, ni marcas, ni contenidos calóricos, que para saber qué de todo lo que ser percibe es lo mejor, es necesario atravesar con paciencia y valor los tiempos, sin detenerse ante las experiencias que generosamente, te dejan la sabiduría necesaria para luego juzgar buenamente qué de ti resultaría lo mejor y más generoso a dejar en cada uno de esos segundos que a diario, soltamos para no volver a ver.


Quizá me diría, en ánimo de síntesis “Cada que estés allá afuera y los momentos, de pronto empiecen a aparecer frente a ti, sólo te toma un segundo preguntar:


¿Qué de mí es lo mejor que le puedo dar a este instante, que jamás se habrá de repetir?


 
 
 

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